Mi predicción

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Escribe mi colega Juanma del Álamo un artículo muy interesante sobre las elecciones presidenciales de EEUU. En él sostiene que los que hemos acertado nuestras predicciones sobre la victoria de Trump, en el fondo hemos tenido un golpe de suerte, ya que en realidad el resultado ha sido muy ajustado e incluso en el voto popular Hillary ha acabado ganando.

No le falta razón. Con que unos pocos miles de votos se hubieran dado la vuelta, Trump habría perdido y yo me habría tenido que olvidar de este blog y probablemente habría sufrido un pequeño linchamiento en Twitter.

Pero el hecho es que no lo hicieron, y ahora luzco con orgullo este tuit de agosto en el que predije casi milimétricamente el mapa que ha quedado después de las elecciones. Como consecuencia, el jugador de fútbol Álvaro Arbeloa me ha retuiteado y ha recomendado este blog, he ganado más de 2.000 nuevos seguidores en menos de una semana en Twitter, el blog ha tenido más de 30.000 visitas en cuatro días y ya me han hecho dos entrevistas.

Juanma del Álamo tiene razón al decir que he tenido suerte y que era imposible prever a ciencia cierta el resultado de unas elecciones en las que han votado alrededor de 200 millones de personas. Y acierta aún más cuando dice que era aún más difícil aventurar esos escasos 3.000 votos de diferencia que le han dado la victoria a Trump en Estados como Michigan. De hecho, desde un punto de vista lógico, lo que hice aventurándome con tanta firmeza parece bastante absurdo.

Y sin embargo, aquí estoy, convertido en una especie de chamán de las predicciones electorales, en un tipo que le hace la competencia a analistas especializados en proyecciones ‘científicas’ como Kiko Llaneras o Frank Luntz.

¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué de repente me he hecho famoso por predecir resultados electorales? Pues por lo mismo que llevo escribiendo en este blog desde hace nueve meses: persuasión. Por mi predicción y por la forma en que la he vendido, he logrado persuadir a mucha gente de que soy un experto prediciendo resultados electorales, cuando en realidad, a lo sumo, lo único que he sido es más intuitivo y lanzado que la media.

Así es, había un 50% de posibilidades de que Trump ganara y un 50% de posibilidades de que perdiera. Ése era el juego. Y a mí me ha bastado con apostar por la opción en la que creía, aunque fuera la menos probable mediáticamente, argumentarla de una forma poco convencional y sostener mi apuesta con firmeza para convencer a otros de que tenía razón.

¿Habría sido más meritorio prever una posible pero no tan probable victoria de Trump, como dice Juanma del Álamo, que afirmar categóricamente que iba a ganar sí o sí? En el universo de la lógica y la razón, la postura de mi colega tiene sentido. Puede que hubiera sido más prudente dejar un margen para la duda. Sin embargo, yo no habría ganado nada. Esa postura le habría quitado mucha fuerza a mi predicción, y a ojos del público me habría dejado como alguien ventajista, alguien que no se atreve a mojarse del todo por si acaso. Es decir, alguien que, esta vez sí, sólo acertó por suerte. Además, no me lo habría pasado ni la mitad de bien durante el proceso ni me habría emocionado tanto el resultado. Así funciona el cerebro.

Lanzándome a la piscina, insistiendo y machacando con que Trump iba a ganar sí o sí, y argumentándolo desde una perspectiva distinta a la de unos números que han fallado por enésima vez, me he convertido en un gurú más fiable que los analistas de Politikón, quienes a pesar de su trabajo científico recabando datos, encuestas, gráficos y demás, ahora mismo tienen cero credibilidad ante el público. Mi marca se ha disparado, mientras que la suya se ha hundido.

¿Sabéis cuáles son los mensajes que más veces he recibido desde el miércoles, además de preguntarme si tengo la combinación ganadora de la lotería? Que menudo crack por haber tenido tan clara mi predicción y por haberme mantenido tan firme, que cómo pude saberlo con tanta seguridad y que si Michelle Obama se presentará en 2020. Es decir, la actitud de ganador me ha hecho más creíble.

Así funciona la persuasión, queridos amigos. Lo más irracional que he hecho, erigirme en oráculo y apostar con mi bola de cristal sobre algo que era imposible de predecir a ciencia cierta (aunque bastante probable en mi cabeza), es lo que más credibilidad me ha dado a ojos de la gente. Las emociones han ganado a la razón. Justo lo que dicen siempre Mike Cernovich y Scott Adams, que tanto han inspirado este blog y de los que tanto he aprendido este año.

¿Significa esto que mi predicción era un fraude? Para nada. Simplemente era diferente. De hecho, y aunque mediáticamente parecía que las posibilidades de Trump eran menores por culpa de las encuestas, había muchos otros indicadores igualmente científicos que apuntaban a lo contrario. Como las búsquedas de los candidatos en Google, que desde que hay registros siempre dan ganador al que despierta más interés. O su forma de desenvolverse en las primarias (desde 1912, siempre gana el que lo hace mejor que el otro). O su capacidad para movilizar y entusiasmar a sus seguidores. O su personalidad y su carisma (en EEUU siempre gana el candidato que tiene más pinta de líder alfa). O la cantidad de disfraces de Halloween que se vendieron de uno y de otra. U otras variables históricas como que lo normal es que cada 8 años cambie el partido que se sienta en la Casa Blanca, o la contienda electoral Reagan vs Carter, cuyo desarrollo fue muy parecido a lo que hemos visto este año.

Casi se podría decir que tras el fracaso estrepitoso de las encuestas a nivel mundial desde hace más de dos años, con ejemplos en todas partes, fiarse de ellas era lo más anticientífico e irracional que podía hacer un analista.

Por supuesto que la suerte ha tenido que ver con la victoria de Trump y con el acierto de mi predicción. Como digo, nadie tiene una bola de cristal. Yo mismo me quedé sorprendido cuando busqué aquel tuit premonitorio de agosto y vi que el mapa que había dibujado era casi exacto. No tanto porque no lo esperara –en mi fuero Trump tenía más posibiliades que Hillary de ganar en los Estados del centro– sino porque automáticamente eso reforzaba el análisis que había estado haciendo durante meses, aunque no tuviera nada que ver una cosa con la otra.

¿Hay que desmerecer lo que he hecho o cómo lo he hecho? Al revés. Si no hubiera arriesgado, no habría ganado. Y esto es lo que he aprendido este año y lo que más me gusta de Donald Trump. Él aplica esta misma regla para ganar. Primero innova, luego se cree lo que hace y después convence a los demás para que le compren su producto. De hecho, así ha ganado las elecciones: persuadiendo. Persuadiendo mejor que Hillary, Obama, el establishment republicano y todos los medios de comunicación a la vez. Él solito.

Yo, simplemente, he sido uno de los pocos que ha sabido leer ese rasgo de su personalidad y de su campaña. El rasgo que le ha ayudado a alzarse con la magistratura más alta del planeta, nada menos. Su rival no ha sabido hacerlo, o al menos, combatirlo. Y la prensa y los politólogos, tampoco. Eso sí, si hubiera ganado Hillary, toda la prensa y todos los expertos mainstream estarían restregando ahora cuánta razón tuvieron en todo.

8 comentarios en “Mi predicción

  1. Creo que este post encierra una gran contradicción o trampa:
    Dices que tu éxito se ha basado en la persuasión, en la forma en la que has vendido tu predicción, pero al mismo tiempo afirmas que la oleada de seguidores se ha producido tras el acierto total en el resultado.

    Es decir: casi nadie compró la predicción, la mayoría no fue persuadida. Solo ante un dato objetivo (un acierto del 100%) la gente ha empezado a seguirte. ¿Por persuasión? No, por un hecho innegable y objetivo: has sido el único que ha acertado.

    Dicho esto, enhorabuena por tu éxito 🙂

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    1. Ahí está el quid e la cuestión. Antes de las elecciones, mucha gente me tomaba por loco. Luego ganó Trump y un montón de gente ha empezado a seguirme y a reconocer mis análisis. La gente admira lo que he hecho porque acerté y gané, y mis análisis sirven para ayudar a racionalizar una predicción que era irracional (como lo eran todas, nadie puede prever el futuro). En eso consiste básicamente la persuasión.

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      1. Mi punto es que antes la mayoría no te conocíamos y ahora «basándonos en datos», te leemos.
        Luego, leyéndote, podemos compartir o no tu razonamiento, pero de inicio la mayoría no fue persuadida. Para que la persuasión sobre tu predicción hubiese funcionado, por definición debería haber ocurrido ex ante.

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  2. A donde yo voy es que, gracias a tu acierto, muchos te empezamos a leer. Y luego podemos estar o no de acuerdo con tu razonamiento, pero el resultado es inapelable. Es decir, te empezamos a seguir «basándonos en datos».
    No veo persuasión alguna sobre la cuestión de tu predicción ya que antes de las elecciones, la mayoría no compraba tu discurso. Y por propia definición del término «predicción», la persuasión sobre ella debe realizarse ex ante.

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    1. Si sólo hubiera colgado un mapa con un resultado más o menos acertado habría parecido que sólo he tenido suerte, o que me he dejado llevar por mi deseo de que ganara Trump. Al realizar una predicción basada en argumentos distintos al big data y a la ideología política y unirla a ese mapa, eso me ha hecho parecer un gurú. Es ahí donde trabaja la persuasión, en un conjunto de variables irracionales que apelan directamente al subconsciente: el acertar, el lanzarme, el sostenter mi predicción con firmeza, el hacer un análisis entretenido y diferente, las circunstancias externas. La gente que ha leído el blog después de las elecciones ha dicho: este vudú es más fiable que las encuestas. En todo eso está envuelta la persuasión.

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      1. Este gurú es más fiable porque ha acertado. No cabe persuasión ahí. Es un hecho innegable que has acertado. El que lo niegue, es que es un necio. Otra cosa es que el que se pare a analizar tus razones las comparta o no.
        Como te digo, me parece absurdo hablar de persuasión en una predicción a posteriori.
        En 2005, alguien me podía persuadir o disuadir de comprar preferentes. Hoy en día, no. Es un hecho objetivo (fuera de cualquier tipo de persuasión) que las preferentes fueron un fraude. En base a ese hecho objetivo se valoran las opiniones de aquellos que no consiguieron persuadir a nadie de que las preferentes eran un fraude.

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